Lucia Vera: la risa antropomórfica

Carlos E. Palacios

Durante la última década, las pinturas de Lucía Vera se han concentrado en revelar una intensa experiencia en torno a lo pictórico, sus motivos y la manera de abordar el acto de crear.

En el caso de esta artista, esta voluntad expresiva se pone de manifiesto de manera casi física. Mas allá de que su obra se fundamenta en géneros clásicos de la pintura como la naturaleza muerta, el desnudo y escenas de costumbres, el desconcierto con el cual los aborda no deja de ser otro rasgo distintivo que anima su obra. Desde la súbita aparición de una idea hasta su materialización en el lienzo, el proceso de creación para Lucía Vera se instituye desde un vínculo muy estrecho con dos situaciones bastante entrelazadas entre sí y de cuya fusión surge esta obra original y propositiva: una forma de somatización de lo que quiere pintar y la fisicalidad de su pincelada.

Estas situaciones, estas corporalidades que se cruzan, son un buen punto de partida para intentar explicar la original e innovadora apuesta creativa que desde hace más de una década emprende esta artista venezolana residente en Londres.

Efectivamente, su obra es la materialización de una idea del cuerpo, amplia, distendida y sobre todo turgente. Esta idea del cuerpo invade cualquier forma y objeto de la pintura, inclusive en sus originales bodegones como Ostra (2011), donde acompañando al molusco bivalvo, aparecen un par de formas que uno como espectador busca definirlas como corporalidades, más allá de su abstracta vaguedad formal. Otras dos obras que denotan como la artista ha digerido (nunca mejor dicho) la experiencia del pintar, pensando desde el cuerpo y la risa, son Escultura 1/3 y Escultura 2/3, ambas de 2013. En estos cuadros, Lucía Vera desplaza al lugar de lo absurdo unas formas cuyo destino natural era el elegante y consabido escenario de la abstracción. Con su propensión al chiste (del cual la artista señala que la conduce a "otras profundidades" al momento de pintar), estos lienzos mezclan volúmenes y planos formales con lo que parecen miembros, vísceras o quiméricas formas orgánicas. El resultado es una gran parodia, una caricatura a la historia del arte moderno, a la corrección estética y a la pintura como un ejercicio puramente racional.

Finalmente, lo que da sentido a estas composiciones (y al resto de su obra) es una manera de abordarlas desde la feliz reunión de la carcajada y lo físico, una estrategia que ilustra la lucidez y el humor con el cual esta artista aborda su trabajo. Es revelador que, como alguna vez lo ha expresado Lucía Vera, para ella es fundamental pensar la pintura desde el cuerpo y como las cosas se sienten dentro de su propio cuerpo. De allí que su obra encarne una metáfora antropomórfica y vitalista, que ingresa con frescura y novedad en una genealogía de obras y artistas que también han pensado la pintura desde esta cualidad de lo físico.

Lucía Vera parece revitalizar y reinsertar en la práctica contemporánea de la pintura aquella frase resonante: "El espíritu se rehúsa a concebir el espíritu sin el cuerpo" del célebre Manifiesto Antropófago firmado por Oswald de Andrade y que ilustrara Tarsila do Amaral con un dibujo réplica del Abaporu de 1928: pintura que bien pudiera constituirse, viendo éstas de Lucía Vera, como uno de sus impecables antecedentes genealógicos.

Como decíamos anteriormente, la otra faceta del trabajo de Lucía Vera es su pincelada ligera y desenfadada, que no atiende a convenciones sino al puro deseo de dar visibilidad a una lectura interiorizada (ingerida) del mundo. El trazo visibiliza maneras de pintar como arcadas, que bien pueden ser de risa: como decíamos, otra de las peculiaridades de esta pintura heterodoxa y periférica. Sobre esto, la artista parece parafrasear a Francis Bacon (un referente fundamental de esta pintora), cuando decía que su pintura no era violenta, sino que violenta era la vida: Lucía Vera bien pudiera decir que su pintura no es cómica, sino que cómica es la vida.

Esta comicidad se pone de manifiesto no sólo en el desparpajo con el cual Vera aborda el trazo pictórico, sino la desfachatez del color y las absurdas composiciones que convierten sus desnudos y escenas de costumbres, (donde lo femenino y la feminidad son vistas en clave de humor) en unas pinturas ligeras y divertidas, ajenas a todo convencionalismo y bordeando una cierta condición outsider y naif, donde la figura femenina es un cuerpo cosificado bajo los cánones de la hipersexualización, pero trasmutados en unas formas diseñadas desde la risa y la desenvoltura: detonadores de una manera de transformar el cuerpo en una situación pictórica ajena a lo descriptivo y lo crítico. Como ha dicho Lucía Vera, ella pinta cuerpos como si los desmontara sobre un plato. Sin formas determinadas, algo nuevo, difícil de categorizar, pero que nos saca una risa o una mueca: en definitiva, algo que define la inusual y original obra de Lucía Vera.

Lo raro es que el cuerpo no sea raro

(y lo único más raro es pretender que no lo es)

Pierre Silva

Si tú, como yo, también le has temido a tu propio cuerpo –a los tubos que son las venas, a lo oscuras que son las vísceras, a la pera de carne que late, late, late babosa en tu pecho mientras lees esta línea– entonces respira profundo. Porque puede que el trabajo de Lucía Vera te alivie o, en su defecto, te desencaje aún más.

FLUIDOS (DERRAME DE)

Me morí del miedo cuando, en la preadolescencia, eyaculé por primera vez. Recuerdo el látigo de pavor al descubrir que mi uretra escupía uno, dos, tres disparos de un líquido blanco y viscoso que se derramaba entre mis dedos. Esa tarde de diciembre, aterrado, me juré a mí mismo que jamás volvería a hacerlo (¡JA!), porque –aunque había escuchado de ella con anterioridad– esa secreción cremosa se me antojaba tan rara como un alien.

«Es como si cualquier cosa que saliera del cuerpo fuese un tabú: el semen, la sangre, la saliva –comenta la artista desde su estudio en Londres, mientras la escucho a través de una videollamada de Zoom a mil doscientos kilómetros de distancia–. Siempre se me ha hecho interesante cómo, socialmente hablando, estamos tan distantes del cuerpo y de la experiencia vital a la que nos acerca».

Supongo que tanto el efecto tabú del que habla Vera como también mi curiosa (por no decir completamente ingenua) reacción ante el esperma tienen que ver con la necesidad de –sea por la razón que sea– creer en una dualidad simbólica que organice el adentro y el afuera del cuerpo de la manera más definida posible. Quizá sea por eso que, cuando un derrame ocurre –WARNING! WARNING! WARNING!–, el miedo o la lujuria sobrevengan.

Del mismo modo en el que las pinturas de la artista empiezan como chistes antes de tomar dimensiones, la anécdota de mi primera paja sirve para –después de hacerte reír, claro– ejemplificar el tipo de extrañeza que el cuerpo es capaz de generar, y que también encuentro en algunos cuadros que componen la muestra en la que estás parado en este momento.

Y es que, tal y como las fronteras sensoriales se ponen en cuestión a partir del título de la muestra, Saboveo (notar, por favor, que la erre ha sido sometida a los mismos estiramientos a los que Lucía somete a sus cuerpos, hasta convertirse en una ve con efectos cinestésicos), la indefinición de los límites corporales perturba tanto como fascina. Lo que quiero decir con esto es que parece como si esas relaciones entre el adentro y el afuera del cuerpo se inestabilizaran: en Liguero, por ejemplo, serpentinas sanguíneas envuelven y completan la exuberancia de un cuerpo; en La ostra cuchi, la porosidad de un abrazo funde la carne con la concha venusina hasta monstrificarlas; en Just Do Good Finger Licking and Lovin it, un cuerpo fagocita la efe de FUCK y de (Kentucky) FRIED (Chicken) sobre una sustancia verde que, aunque parece provenir del interior, toma las formas de amante en lo que podría ser una sesión onanista.

Antes de sentarme a escribir esto, tiro una bola de Kleenex a la basura, enciendo un Marlboro y me quedo mirando las pinturas de Lucía en la pantalla de mi computadora. Frente a estas piezas, tengo la intuición de que mi cuerpo y el tuyo siempre han estado más abiertos y más afuera de lo que creímos. ¿Existen fronteras claras entre la carne y el reino simbólico que la define, que la escribe, que la pinta? La respuesta, quizá, sea el vértigo.

ENTRAÑAS (EXHIBICIÓN DE)

La sensación que la consciencia del cuerpo produce en el cuerpo sobrecoge a la vez que excita.

Más que con la mirada, Lucía Vera pinta del estómago hacia fuera y, de alguna forma, creo que registra esas mismas pulsiones oscuras del adentro. «Para mí es inevitable pintar cuerpos, pero el cuerpo no es el objeto de mi trabajo, sino el vehículo para hablar de formas de sentir, de la experiencia de estar vivo –me cuenta vía Zoom–. Mi tema es la pintura, y creo que pintar significa un abismo para mí. Un abismo en el que puedo sentirme viva y a la vez consciente de este animal que somos y al que hemos preferido olvidar llenándonos de historias sobre nosotros mismos. Encarar lo feo y enfrentarse a ello de una manera muy visceral: eso es pintar para mí».

A propósito de su proceso, tecleo esto y mi respiración se acelera un poco al pensar cómo mi piel, mis huesos, mis nervios, mis tripas, mis sesos se acoplan para generar este texto. Hay algo familiar y extraño en esto como lo hay en las Esculturas: con una reconocida influencia de Bacon, acorraladas en las esquinas de un lienzo, hechas de materiales heterogéneos que copulan y se agencian en un todo solo reconocible a través de sus partes, estos ensamblajes parecen ser una proyección de lo que tenemos, literaria y literalmente, por dentro.

SILICÓN (PARODIA DE)

Si es cierto que, como escribió Bataille en su Ano solar, “el mundo es puramente paródico” y que “cada cosa que miramos es la parodia de otra, o incluso la misma cosa bajo una forma engañosa”, parece lógico que lo que veamos en Tepuy, en lugar de un tepuy, sea… Eh… Espera… ¿Eso es un culo? ¿Unas piernas, dices? No me presiones, déjame acercarme. Déjame verlo mejor.

Este efecto –el de querer imponerle estructura a una forma que está diseñada para frustrar el intento y provocarnos un ERROR404– nos inquieta una y otra vez a lo largo de la muestra. «Las formas de los juguetes sexuales (partes del cuerpo prostéticas y abstraídas) empezaron a parecérseme a otras cosas: podían ser frutas, podían ser montañas, podían ser tepuyes. Ahí empezó un poco esa exploración de jugar con las escalas y los contextos, integrando la voluptuosidad del cuerpo al paisaje».

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¿Eso es un tacón de carne en Zapato Yes? ¿Es eso una pantorrilla o una célula viral en Pica? ¿Es eso un pulmón en un plato? De lo único que estoy seguro es de que mi estómago se revuelve como una lavadora mientras formulo estas preguntas. Y supongo que eso es lo único que importa.

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En el caso de los bodegones, esta operación viene acompañada de una transposición sensorial. «Siempre busco mezclar los atributos de distintos elementos. ¿Qué pasa si tomas la forma de un aguacate y la trabajas con una textura de muslo, si la pintas con los colores del pulmón? ¿Qué resultado da? Me interesa el discomfort que pueda generar». Siguiendo las palabras de la artista y parodiando las provocaciones cosmoguarras de Bataille, podríamos decir que, en este caso, el tepuy es la parodia del culo, y el culo es la parodia del sex toy, y el silicón del sex toy es la parodia del aguacate, y la forma del aguacate es la parodia del pulmón, y la pleura del pulmón es la parodia de una ostra; y todas estas cosas juntas en un plato son –por si queda alguna duda– la parodia de la convención pictórica que es la naturaleza muerta, que la artista desafía y lleva al límite.

MAQUILLAJE (PROMESAS DE)

Pero, ¿cómo olvidar, aunque sea por un rato, al animal que fuimos, somos y seremos? ¿Cómo perpetuar esta ficción humana que nos preserva de lo absolutamente grotescos que somos? ¿Cómo ocultarnos? Lo mejor sería olvidarse de estas preguntas incómodas maquillándolas en un salón de belleza. Porque, además de esa carnavalización de los enclaves del deseo –tetas hipertrofiadas, nalgas como salchichas, caderas dislocadas, cuerpos rocambolescos–, los rituales estéticos parecen ser también objeto de cuestionamiento en el trabajo de la artista. Si damos un paso hacia atrás y miramos con distancia lo que pasa en las peluquerías, no nos sorprenderá encontrar algo bizarro en ellas. Aunque pueda parecer que los cuadros que Vera dedica a lo fashion se llevan a cabo en una peluquería instalada en el corazón de un OVNI, lo cierto es que esta ráfaga de extrañamiento –que no dura más que unos segundos, en mi caso, al pensar en lo estrambóticas que son las intervenciones estéticas– queda captada en la serie: una figura esperpéntica le lava el cráneo a otra que parece estar tan viva como una berenjena; una secadora calienta las mechas de un ser semidesnudo y fantasmagórico; un alien antropomórfico le hace manicura a otro alien antropomórfico sin sospechar que (¡shh, no les rompamos la ilusión diciéndolo tan alto!) ese gesto no logrará disimular por mucho su apariencia extraterrestre. Un halo de melancolía atraviesa estas piezas y, sí, me recuerda algo triste: las promesas estéticas son, como el maquillaje, provisionales; se descascarillan como el esmalte de uñas, se distancian como las mechas que empujan las raíces, se chorrean como el rímel después de la fiesta. Las pulsiones del cuerpo siempre desplazan nuestros esfuerzos por ocultarlas y, sin embargo, ¿tenemos alguna otra alternativa además de seguir intentando ocultarlas fútilmente?

Lucia Vera: Claytings

Costanza de Rogatis

Para Lucía Vera, artista venezolana residente en Londres, el entrecruzamiento de medios –la pintura y la cerámica– le permite responder a interrogantes surgidas durante el proceso creativo, en torno a la manera de representar lo vivido y lo imaginado. Es a través de la propia experiencia del hacer, al vincularse con los estímulos ofrecidos por los materiales, el óleo y la tierra, como responde y potencia las preguntas encontradas.

Esto es posible, mediante la decisión consciente de la artista de abandonarse a la intuición como guía, suspendiendo momentáneamente el juicio en torno a aquello que intelectualmente ha aprendido –la rigurosidad de los aspectos formales de la técnica, y los referentes y las temáticas del arte contemporáneo– para explorar las ideas e imágenes que surgen cuando se entrega a la experiencia sensorial del pintar o modelar.

Así, tanto los elementos vinculados con las características de los materiales que emplea, como los aspectos ligados a la acción física mediante la cual el cuerpo genera o dibuja una forma, le develan nuevas rutas para problematizar su trabajo. La untuosidad del óleo y el brillo del esmaltado de la cerámica, le conducen a desarrollar figuras, cuya morfología y sensualidad, remiten al cuerpo humano y a sus propias vivencias como mujer y madre; la maleabilidad de la arcilla, y la imprevisibilidad de las reacciones químicas de los colores del esmaltado durante la quema, la inducen a incorporar lo fortuito de la técnica, moldeando piezas sin bosquejos previos, a partir de la memoria táctil de sus manos; el volumen de los objetos cerámicos, en contraposición al plano del lienzo, le hace preguntarse por la tensión entre la bidimensionalidad de la pintura y la ilusión de aquello representado, creando entonces para sus obras, marcos en arcilla que evidencian los borrosos límites entre el arte y la artesanía.

Todas estas revelaciones, derivadas de lo puramente físico y corporal, se hilvanan narrativamente a través del humor con el que aborda, no sólo la temática de sus obras, mediante la inclusión de escenas de lo cotidiano cargadas de referencias a la cultura popular, sino también, a través de la puesta en discusión de la solemnidad con la que suele pensarse y hablarse tradicionalmente de la pintura, como la mayor de las artes mayores.

El goce y el juego que posibilitan a Lucía Vera, saltar entre medios para liberarse de la pesada historia de la representación pictórica, impulsan asimismo un proceso reflexivo desde donde la artista genera relaciones en torno al modo como piensa en las imágenes y en cómo las representa: imágenes que son a la vez pinturas y objetos, objetos que son también, pinturas e imágenes.